IV

Sé que tú me sientes deambular en
tu conciencia.

Oyes cómo retozo por la pradera
con tus manos y con las mías
superpuestas en el aire que rueda
al caer tu párpado. 

Ves que también hay un milagro
tuyo.

Se abre junto al intenso pétalo
de la luna. 

Tu ropaje se ha trastrocado con
mi visita

y se esconde como una anémona que
agoniza
sin extrañar la vida.
Vida que le damos tú y yo en este
infinito descanso,
este laberinto que nos desnuda
y yergue a nuestras ansias,
luces ebrias ya del vino de su
estío perpetuo.
Almas a solas en su descabellado
pedido. 

Pero he vuelto a la placidez de
mi mano,

ese sueño que se acomoda para
acariciarte.
Ya no temo que un súbito girar de
su dedo ocre y deforme
haga trizas el rasgo de tu pausa.

Luis Alberto Spinetta

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